segunda-feira, 5 de janeiro de 2015

El abuelo - Mário Vargas Llosa

Cuento tomado del libro Los Jefes, Editorial Seix Barral, 1980.
        

            Cada vez que crujía una ramita, o croaba una rana, o vibraban los vidrios de la cocina que estaba al fondo de la huerta, el viejecito saltaba con agilidad de su asiento improvisado, que era una piedra chata, y espiaba ansiosamente entre el follaje. Pero el niño aún no aparecía. A través de las ventanas del comedor, abiertas a la pérgola, veía en cambio las luces de la araña, encendida hacía rato, y bajo ellas, sombras movedizas y esbeltas, que se deslizaban de un lado a otro con las cortinas, lentamente. Había sido corto de vista desde joven, de modo que eran inútiles sus esfuerzos por comprobar si ya cenaban, o si aquellas sombras inquietas provenían de los árboles más altos.

        Regresó a su asiento y esperó. La noche pasada había llovido y la tierra y las flores despedían un agradable olor a humedad. Pero los insectos pululaban, y los manoteos desesperados de don Eulogio en torno del rostro, no conseguían evitarlos: a su barbilla trémula, a su frente, y hasta las cavidades de sus párpados llegaban cada momento lancetas invisibles a punzarle la carne. El entusiasmo y la excitación que mantuvieron su cuerpo dispuesto y febril durante el día habían decaído y sentía ahora cansancio y algo de tristeza. Tenía frío, le molestaba la oscuridad del vasto jardín y lo atormentaba la imagen, persistente, humillante, de alguien, quizá la cocinera o el mayordomo, que de pronto lo sorprendía en su escondrijo. “¿Qué hace usted en la huerta a estas horas, don Eulogio?” Y vendrían su hijo y su hija política, convencidos de que estaba loco. Sacudido por un temblor nervioso, volvió la cabeza y adivinó entre los bloques de crisantemos, de nardos y de rosales, el diminuto sendero que llegaba a la puerta falsa esquivando el palomar. Se tranquilizó apenas, al recordar haber comprobado tres veces que la puerta estaba junta, con el pestillo corrido, y que en unos segundos podía escurrirse hacia la calle sin ser visto.

     “¿Si hubiera venido ya?”, pensó, intranquilo. Porque hubo un instante, a los pocos minutos de haber ingresado cautelosamente en su casa por la entrada casi olvidada de la huerta, en que perdió la noción del tiempo y permaneció como dormido. Sólo reaccionó cuando el objeto que ahora acariciaba sin saberlo, se desprendió de sus manos, y le golpeó el muslo. Pero era imposible. El niño no podía haber cruzado la huerta todavía, porque sus pasos asustados lo habrían despertado, o el pequeño, al distinguir a su abuelo, encogido y dormitando justamente al borde del sendero que debía conducirlo a la cocina, habría gritado.

     Esta reflexión lo animó. El soplido del viento era menor, su cuerpo se adaptaba al ambiente, había dejado de temblar. Tentando los bolsillos de su saco, encontró el cuerpo duro y cilíndrico de la vela que compró esa tarde en el almacén de la esquina. Regocijado, el viejecito sonrió en la penumbra: rememoraba el gesto de sorpresa de la vendedora. Él permaneció muy serio, taconeando con elegancia, batiendo levemente y en círculo su largo bastón enchapado en metal, mientras la mujer pasaba bajo sus ojos cirios y velas de sebo de diversos tamaños. “Esta”, dijo él, con un ademán rápido que quería significar molestia por el quehacer desagradable que cumplía. La vendedora insistió en envolverla, pero don Eulogio se negó y abandonó la tienda con premura. El resto de la tarde estuvo en el Club, encerrado en el pequeño salón de rocambor donde nunca había nadie. Sin embargo, extremando las precauciones para evitar la solicitud de los mozos, echó llave a la puerta. Luego, cómodamente hundido en el confortable de insólito color escarlata, abrió el maletín que traía consigo, y extrajo el precioso paquete. La tenía envuelta en su hermosa bufanda de seda blanca, precisamente la que llevaba puesta la
tarde del hallazgo.

     A la hora más cenicienta del crepúsculo había tomado un taxi, indicando al chófer que circulara por las afueras de la ciudad: corría una deliciosa brisa tibia, y la visión entre grisácea y rojiza del cielo sería más enigmática en medio del campo. Mientras el automóvil flotaba con suavidad por el asfalto, los ojitos vivaces del anciano, única señal ágil en su rostro fláccido, descolgado en bolsas, iban deslizándose distraídamente sobre el borde del canal paralelo a la carretera, cuando de pronto, casi por intuición, le pareció distinguirla.

     — “¡Deténgase!”— dijo, pero el chófer no le oyó—. “¡Deténgase! ¡Pare!” Cuando el auto se detuvo y en retroceso llegó al montículo de piedras, don Eulogio comprobó que se trataba, efectivamente, de una calavera. Teniéndola entre las manos, olvidó la brisa y el paisaje, y estudió minuciosamente, con creciente ansiedad, esa dura, terca y hostil forma impenetrable, despojada de carne y de piel, sin nariz, sin ojos, sin lengua. Era pequeña, y se sintió inclinado a creer que era de un niño. Estaba sucia, polvorienta, y hería su cráneo pelado una abertura del tamaño de una moneda, con los bordes astillados. El orificio de la nariz era un perfecto triángulo, separado de la boca por un puente delgado y menos amarillo que el mentón. Se entretuvo pasando un dedo por las cuencas vacías, cubriendo el cráneo con la mano en forma de bonete, o hundiendo su puño por la cavidad baja, hasta tenerlo apoyado en el interior: entonces, sacando un nudillo por el triángulo, y otro por la boca a manera de una larga e incisiva lengüeta, imprimía a su mano movimientos sucesivos, y se divertía enormemente imaginando que aquello estaba vivo.

     Dos días la tuvo oculta en el cajón de la cómoda, abultando el maletín de cuero, envuelta cuidadosamente, sin revelar a nadie su hallazgo. La tarde siguiente a la del encuentro se mantuvo en su habitación, paseando nerviosamente entre los muebles opulentos y lujosos de sus antepasados. Casi no levantaba la cabeza: se diría que examinaba con devoción profunda los complicados dibujos, entre sangrientos y mágicos, del círculo central de la alfombra, pero ni siquiera los veía. Al principio, estuvo indeciso, preocupado: podrían ocurrir imprevistas complicaciones de familia, tal vez se reirían de él. Esta idea lo indignó y tuvo angustia y deseo de llorar. A partir de ese instante, el proyecto se apartó sólo una vez de su mente: fue cuando de pie ante la ventana, vio el palomar oscuro, lleno de agujeros, y recordó que en una época cercana aquella casita de madera con innumerables puertas no estaba vacía, sin vida, sino habitada por animalitos pardos y blancos que picoteaban con insistencia cruzando la madera de surcos y que a veces revoloteaban sobre los árboles y las flores de la huerta. Pensó con nostalgia en lo débiles y cariñosos que eran: confiadamente venían a posarse en su mano, donde siempre les llevaba algunos granos, y cuando hacía presión entornaban los ojos y los sacudía un débil y brevísimo temblor. Luego no pensó más en ello. Cuando el mayordomo vino a anunciarle que estaba lista la cena, ya lo tenía decidido. Esa noche durmió bien. A la mañana siguiente olvidó haber soñado que una perversa fila de grandes hormigas rojas invadía sorpresivamente el palomar y causaba desasosiego entre los animalitos, mientras él, en su ventana, miraba la escena con un catalejo.

     Había imaginado que limpiar la calavera sería un acto sencillo y rápido, pero se equivocó. El polvo, lo que había creído que era polvo y tal vez era excremento por su aliento picante, se mantenía soldado a las paredes internas y brillaba como una lámina de metal en la parte posterior del cráneo. A medida que la seda blanca de la bufanda se cubría de lamparones grises, sin que disminuyera la capa de suciedad, iba creciendo la excitación de don Eulogio. En un momento, indignado, arrojó la calavera, pero antes de que ésta dejara de rodar, se había arrepentido y estaba fuera de su asiento, gateando por el suelo hasta alcanzarla y levantarla con precaución. Supuso entonces que la limpieza sería posible utilizando alguna sustancia grasienta. Por teléfono encargó a la cocina una lata de aceite y esperó en la puerta al mozo, a quien arrancó con violencia la lata de las manos, sin prestar atención a la mirada inquieta con que aquél intentó recorrer la habitación por sobre su hombro. Lleno de zozobra, empapó la bufanda en aceite y, al comienzo con suavidad, después acelerando el ritmo, raspó hasta exasperarse. Pronto comprobó entusiasmado que el remedio era eficaz: una tenue lluvia de polvo cayó a sus pies durante unos minutos, mientras él ni siquiera notaba que se humedecían sus dedos y el borde de los puños. De pronto, puesto en pie de un brinco, admiró la calavera que sostenía sobre su cabeza, limpia, resplandeciente, inmóvil, con unos puntitos como de sudor sobre la ondulante superficie de los pómulos. La envolvió de nuevo, amorosamente; cerró su maletín y salió del Club. El automóvil que ocupó en la puerta lo dejó a la espalda de su casa. Había anochecido. En la fría semioscuridad de la calle se detuvo un momento, temeroso de que la puerta estuviese clausurada. Enervado, estiró su brazo y dio un respingo de felicidad al notar que giraba la manija y la puerta cedía con un corto chirrido.
 
     En ese momento escuchó voces en la pérgola. Estaba tan ensimismado, que incluso había olvidado el motivo de ese trajín febril. Las voces, el movimiento, fueron tan imprevistos que su corazón parecía el balón de oxígeno conectado a un moribundo. Su primer impulso fue agacharse, pero lo hizo con torpeza, resbaló de la piedra y se cayó de bruces. Sintió un dolor agudo en la frente y en la boca un sabor desagradable de tierra mojada, pero no hizo ningún esfuerzo por incorporarse y continuó allí, medio sepultado en las hierbas, respirando fatigosamente, temblando. En la caída había tenido tiempo de elevar la mano que conservaba la calavera, de modo que ésta se mantuvo en el aire, a escasos centímetros del suelo, todavía limpia.

     La pérgola estaba a unos cincuenta metros de su escondite, y don Eulogio oía las voces como un delicado murmullo, sin distinguir lo que decían. Se incorporó trabajosamente. Espiando, vio entonces en medio del arco de los grandes manzanos cuyas raíces tocaban el zócalo del comedor, una silueta clara y esbelta y comprendió que era su hijo. Junto a él había otra, más nítida y pequeña, reclinada con cierto abandono. Era la mujer. Pestañeando, frotando sus ojos trató angustiosamente, pero en vano, de distinguir al niño. Entonces lo oyó reír: una risa cristalina de niño, espontánea, integral, que cruzaba el jardín como un animalito. No esperó más: extrajo la vela de su saco, a tientas juntó ramas, terrones y piedre-citas y trabajó rápidamente hasta asegurar la vela sobre la piedra y colocar a ésta, como un obstáculo, en el sendero. Luego, con extrema delicadeza para evitar que la vela perdiera el equilibrio, colocó encima la calavera. Presa de gran excitación, uniendo sus pestañas al macizo cuerpo aceitado, se alegró: la medida era justa; por el orificio del cráneo asomaba el puntito blanco de la vela, como un nardo. No pudo continuar observando. El padre había elevado la voz y aunque sus palabras eran todavía incomprensibles supo que se dirigía al niño. Hubo como un cambio de palabras entre las tres personas: la voz gruesa del padre, cada vez más enérgica; el rumor melodioso de la mujer, los cortos grititos destemplados del nieto. El ruido cesó de pronto. El silencio fue brevísimo: lo fulminó el nieto, chillando: “Pero conste: hoy acaba el castigo. Dijiste siete días y hoy se acaba. Mañana ya no voy.” Con las últimas palabras escuchó pasos precipitados.

     ¿Venía corriendo? Era el momento decisivo. Don Eulogio venció el ahogo que lo estrangulaba y concluyó su plan. El primer fósforo dio sólo un fugaz hilito azul. El segundo prendió bien. Quemándose las uñas, pero sin sentir dolor, lo mantuvo junto a la calavera, aún segundos después de que la vela estuviera encendida. Dudaba, porque lo que veía no era exactamente la imagen que supuso, cuando una llamarada sorpresiva creció entre sus manos con brusco crujido, como de un pisotón en la hojarasca, y entonces quedó la calavera iluminada del todo, echando fuego por las cuencas, por el cráneo, por la nariz y por la boca. “Se ha prendido toda”, exclamó maravillado. Había quedado inmóvil, repitiendo como un disco: “Fue el aceite, fue el aceite”, estupefacto, embrujado, ante la fascinante calavera enrollada por las llamas.

     Justamente en ese instante escuchó el grito. Un grito salvaje, un alarido de animal recién atravesado por muchísimos venablos. El niño estaba delante de él, con las manos alargadas frente al cuerpo y los dedos crispados. Lívido, estremecido, tenía los ojos y la boca muy abiertos y estaba ahora mudo y rígido pero su garganta, independiente, hacía unos extraños ruidos, roncaba. “Me ha visto, me ha visto”, se decía don Eulogio, con pánico. Pero al mirarlo supo de inmediato que no lo había visto, que su nieto no podía ver otra cosa que aquel llameante rostro de huesos. Sus ojos estaban inmovilizados, con un terror profundo y eterno retratado en ellos, firmemente prendidos al fuego. Todo había sido simultáneo: la llamarada, el aullido espantoso, la visión de esa figura de pantalón corto súbitamente poseída de horror. Pensaba, entusiasmado, que los hechos habían sido más perfectos incluso que su plan, cuando sintió cerca voces y pasos que avanzaban y entonces, ya sin cuidarse del ruido, dio media vuelta y a saltos, apartándose del sendero, destrozando con sus pisadas los macizos de crisantemos y rosales que entreveía en la carrera a medida que lo alcanzaban los reflejos de la llama, cruzó el espacio que lo separaba de la puerta. La atravesó junto con el grito de la mujer, estruendoso también, pero menos puro que el de su nieto. No se detuvo, no volvió la cabeza. En la calle, un viento frío hendió su frente y sus escasos cabellos, pero no lo notó y siguió caminando despacio, rozando con el hombro el muro de la huerta, sonriendo satisfecho, respirando mejor y más tranquilo.




Grandes nomes da literatura hispano-americana: Mário Vargas Llosa

Jornalista, dramaturgo, ensaísta e crítico literário. Jorge Mario Vargas Llosa nasceu em Arequipa, Peru, em 1936. Passou sua primeira infância em Cochabamba, Bolívia, apenas na companhia de sua mãe e seus avós maternos devido a separação precoce de seus pais. Aos 10 anos de idade, quando o avó obtém um importante cargo político, retorna ao país natal, para a cidade de Piura e mais tarde para Lima. Como aluno interno do Colégio Militar Leoncio Prado, em La Perla, dos 14 aos 16 anos de idade, Llosa vivencia experiências que serão traduzidas, posteriormente, em duas de suas mais importantes obras: "A cidade e os cachorros" e "Batismo de fogo". Narrativas de cunho autobiográfico que têm como enredo o cotidiano violento imposto pelos mais velhos aos novatos do colégio militar, um local de parente controle e profunda hostilidade.
A narrativa autobiográfica será uma constante em suas obras, como também ocorre em "Tia Júlia e o Escrivinhador", "A casa verde" e "Memórias da menina má", onde entrelaça memórias pessoais e criação ficcional.
Com 17 anos ingressa para a Universid Nacional Mayor de San Marco, onde estudou Direito e Letras. Ainda muito jovem, com apenas 19 anos, casa-se com Julia Urquidi (irmã da esposa do seu tio materno), época em que, para sobreviver, tem vários empregos, dentre eles, curiosamente, "revisor de nomes em túmulos nos cemitérios"! Mas dois anos mais tarde, aos 21 anos, recebe uma bolsa de estudos e muda-se para a Espanha, onde obtém o título de Doutor em Filosofia e Letras pela Universidade Complutense de Madrid. Passa a viver em Paris, onde ensina inglês e trabalha como redator no "La Presse"; divorcia-se de Júlia; casa-se com Patrícia, sua prima, com quem teve três filhos.
Sua vida também é fortemente marcada pela atuação política. Em 1983, preside uma comissão que investiga a morte de jornalistas em Ayacucho, durante uma ação do exército contra o grupo Sendero Luminoso; em 1987 inicia um movimento político liberal contra o presidente peruano Alan García e em 1990 é candidato à presidência pelo FREDEMO - uma coalisão de centro direita - mas é vencido no segundo turno por Alberto Fujimori. 
Llosa retorna à Europa, Londres, e retoma suas atividades literárias. Sua experiência política será tema de seu livro "Peixe na água". Em 1994 vence o Prémio Cervantes, o mais importante em língua espanhola, e em 2010 ganha o Prémio Nobel de Literatura., sendo o sexto escritor latino americano a receber um Nobel.
Dentre suas obras, o "Vertendo Palavras" destaca: A história de Mayta; O pantaleão e as visitadoras, A guerra do fim do mundo, Conversa na catedral; Quem matou Palmino Molero?; A festa do bode.

"No meu caso, a literatura é uma espécie de vingança. É algo que me dá aquilo que a vida real não me pode dar - todas as aventuras, todo o sofrimento. Todas as experiências que eu só posso viver na imaginação, a literatura completa-as."
 
 

La cogida y La muerte

Frederico García Lorca (1898-1936)
 
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones de bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en Punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay, qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!
 
 

"En España el andaluz es la lengua del inculto"

Entrevista a Tomás Gutler autor de "En defensa de la lengua andaluza"

Público.Es: ¿Hablan mal los andaluces?
 
Tomás Gutler: No, hablamos de otra forma
 
P.E: ¿Cuál es el origen?
 
T.G: Oficialmente es una malformación del castellano, que comenzó en las zonas más incultas de Andalucía allá por el siglo XVII o XVIII. En mi opinión, es una lengua romance que toma como base el latín de la Bética. Cuando Al-Andalus es conquistada por el resto de territorios de la Península, el andaluz, que durante 800 años fue colonizado por el árabe, lo es ahora por el castellano, curiosamente, la lengua que contribuyó a formar en el centro norte de la Península.
 
P.E: ¿Por qué hay quienes desprecian el andaluz?
 
T.G: Nuestra realidad es la de un pueblo conquistado. Fuera de Andalucía se desprecia porque es la lengua del territorio inculto, la del gracioso y así se promueve en todas las televisiones, principalmente en Canal Sur. Con el gallego ocurría, o se ha intentado que ocurra, pero ellos pertenecen al bando de los ganadores y se han hecho respetar. Otro ejemplo: ¿por qué si un catalán dice "can Jordi" para referise a casa de, es culto, habla una lengua respetada y con historia, y causa risa si un andaluz dice "ca Paco"?
 
P.E: Según la tesis de Juan Soler, ningún madrileño podría dirigir Andalucía.
 
T.G: Los nacionalistas españoles son muy cerrados. Probablemente un madrileño no serviría para candidato en Andalucía porque desconoce la idiosincrasia y la realidad andaluza, pero nada más. De todas formas, Griñán nació en Madrid y en Andalucía se le respeta. Querer traer a la señora Jiménez hasta aquí es más de lo mismo: cuando no se quiere algo, se echa para Andalucía.

A DISTÂNCIA ENTRE LÍNGUA E DIALETO

Uma das distinções mais nebulosas da lingüística continua criando polêmica entre os curiosos
 
Prof. Dr. Aldo Bizzocchi*
para a Revista Língua Portuguesa, ano 2, n. 14, dez. 2006
 
mantida grafia do texto original
 
 
O Brasil, freqüentemente se diz, é um país de sorte porque, apesar das dimensões continentais, aqui não há dialetos – todos falamos a mesma língua. Também é comum ouvir que as línguas européias têm muitos dialetos ou que na África as línguas oficiais (dos colonizadores) convivem com dialetos nativos. O que é, então, língua e dialeto?
Para o lingüista Max Weinreich, “língua é um dialeto com um exército e uma marinha”. Não está longe da verdade. Afinal, a tradicional distinção entre língua e dialeto está fundada em critérios mais políticos do que lingüísticos.
Língua é um sistema de comunicação formado de sons vocais (fonemas), que se agrupam para formar unidades dotadas de significado (morfemas), que se agrupam para formar palavras, que se agrupam (ih, ficou monótono!) para formar frases, que se agrupam para formar textos.
Do ponto de vista estritamente lingüístico não há nada que distinga língua de dialeto. Ambos os sistemas têm léxico (um inventário de palavras) e gramática (conjunto de regras de como as palavras se combinam para formar frases, parágrafos e textos). Quem fala um idioma nacional e um dialeto regional é tão bilíngüe quanto quem fala dois idiomas. Então por que alguns sistemas são chamados de idiomas e outros, não?
Dialeto vem do grego diálektos, composto de diá, “através”, e léktos, “fala”. Seria, segundo alguns, uma espécie de fala “atravessada”, um linguajar defeituoso, não conforme às normas do falar estabelecidas pelos gramáticos. A primeira definição de dialeto (que, por sinal, teria inspirado as posteriores) baseava-se numa visão preconceituosa que a elite ateniense do período clássico tinha em relação à fala tanto das camadas populares quanto dos estrangeiros (não-atenienses, inclusive gregos de cidades vizinhas).
Hoje, costuma-se chamar de dialeto qualquer expressão lingüística que não seja reconhecida como língua oficial de um país. Assim, um dialeto pode ser tanto uma variedade lingüística regional do idioma oficial quanto uma língua sem qualquer parentesco com ele.
O occitano (ou provençal) e o bretão, falados na França, são tidos como dialetos. O primeiro é língua românica aparentada ao francês, que já produziu uma esplêndida literatura em tempos atrás. Já o bretão é uma língua pertencente à família celta, sem parentesco direto com o francês. Hoje, ambas são usadas, em escala regional e paralelamente ao francês, na conversação diária e na comunicação de massa.
Em geral, o que faz uma língua ser considerada dialeto e não idioma é a ausência de literatura ou de tradição literária, o seu não-reconhecimento pelo Estado ou mesmo a sua falta de prestígio. Alguns dialetos reúnem essas três condições, mas basta que uma esteja presente para que um falar regional veja irem por água abaixo suas aspirações de ser língua.
Em relação à presença de literatura, é preciso lembrar que algumas línguas ágrafas, como as nativas da África e da América, têm rica literatura oral, transmitida por gerações em séculos. Mas, para as línguas européias, ciosas de sua tradição escrita, elas não possuem literatura simplesmente por não produzirem livros.
 
Critérios
O reconhecimento de uma variedade lingüística como língua é questão meramente política. O catalão foi reconhecido pela Espanha como língua oficial, ao lado do castelhano, galego e basco, depois de ter sido violentamente reprimido pela ditadura franquista. Em Barcelona, é possível comprar edições bilíngües de diários como El Periódico de Catalunya, em catalão e espanhol, cem páginas cada. Sua língua-irmã, o occitano, não é reconhecida pelo governo francês, que teme onda de separatismo, já que o reconhecimento de uma língua é o primeiro passo para a afirmação de nacionalidade.
A questão mais delicada é a que diz respeito ao “prestígio” de uma variedade. Alguns falares, mesmo próximos da língua-padrão, são estigmatizados por motivos históricos ou sociais. No Brasil, que busca lugar no olimpo do Primeiro Mundo, tudo o que lembre o passado rural é alvo de desprezo. Daí o preconceito contra o dialeto caipira e o nordestino, eleitos como ícones do atraso cultural.
Na tentativa de estabelecer distinção entre língua e dialeto que não se apoiasse em fatores políticos ou sociológicos, alguns buscaram critérios relacionados aos aspectos comunicacionais. O lingüista romeno Eugenio Coseriu propôs o chamado critério da intercompreensão, segundo o qual dois falares podem ser considerados dialetos da mesma língua se seus falantes conseguem compreender-se mutuamente; caso contrário, teremos duas línguas diferentes.
Esse critério não é muito bom, porque se apóia num dado subjetivo: o grau de intercompreensão entre falantes. Falantes do português e do espanhol podem entender-se relativamente, portanto seriam dialetos, segundo Coseriu. Já o português e o francês seriam línguas distintas, de acordo com o mesmo critério. Mas e o italiano em relação ao português?
 
Irmãos separados
Como os falares vão diferindo pouco a pouco à medida que nos deslocamos num dado território, é natural que a comunicação entre moradores de duas aldeias vizinhas seja total, ao passo que o diálogo entre habitantes de cidades distantes milhares de quilômetros é quase impossível.
Além disso, esse critério era válido enquanto a escolarização e os meios de comunicação não uniformizaram a linguagem nos territórios nacionais. Na Idade Média, quem viajasse de Paris a Florença percebia a lenta mudança que os falares sofriam no caminho, sem ruptura ou descontinuidade. Hoje, o francês de Paris e o italiano de Florença, idiomas oficiais da França e da Itália, convivem na fronteira entre esses dois países.
Estima-se que nos próximos cem anos 90% das línguas desaparecerão, a maioria por não ter o status de idiomas nacionais, sendo em muitos casos línguas ágrafas, de comunidades tribais. A causa dessa extinção em massa de línguas é a pressão dos idiomas de cultura, seja o idioma nacional do país, seja o inglês como língua global. Nas comunidades tribais da África e da América, o imperialismo lingüístico-cultural branco tem mais um forte aliado: os pregadores religiosos de seitas cristãs fundamentalistas, que combatem não só as crenças mas também as línguas dos nativos como “coisa do diabo”. Ou seja, hoje em dia língua também é um dialeto com um missionário.
 
Ciências do dialeto
O abuso da palavra dialeto criou a expressão “dialetos sociais” (mais adequadamente chamados de socioletos) para designar as diferentes normas segundo as quais se expressam os diversos setores da sociedade (classes sociais, grupos profissionais, segmentos identificados por sexo, faixa etária, tendência política, credo religioso, interesses pessoais, etc.).
A disciplina que estuda a variação geográfica da língua se chama dialetologia, geografia lingüística ou simplesmente geolingüística.
Já a ciência que estuda os socioletos é a sociolingüística.
 
Como surgem os dialetos
Já se disse que línguas são organismos vivos, que nascem, crescem, se reproduzem e morrem. Na verdade, poderiam ser comparadas com mais propriedade a espécies biológicas. Cada ato de fala ou escrita do português seria um espécime da espécie chamada língua portuguesa.
E, assim como acontece com as espécies biológicas, os idiomas evoluem, sucedendo às vezes de uma língua tornar-se duas ou mais, ou extinguir-se sem deixar descendentes. Sua tendência natural é evoluir e fragmentar-se. Quando isso não ocorre, ou ocorre lentamente, é porque uma força (por exemplo, a escola) está agindo em sentido oposto.
As línguas evoluem por mutação. Pequenas alterações na pronúncia, na gramática ou no léxico (mudanças de sentido, novas palavras) ocorrem o tempo todo.
Essas mutações se acumulam e ocorrem simultaneamente, mas com resultados diferentes, em todo um território. A distância geográfica, e a ausência ou dificuldade de comunicação entre os habitantes de regiões distintas, faz com que, ao fim de um período, os falares das regiões estejam bem diferentes entre si.
Outro fator de dialetação é o substrato lingüístico. Quando o português chegou, havia vários idiomas indígenas no Brasil. Ele se impôs como idioma oficial e de cultura, mas resquícios dos demais ficaram “por baixo” dele, influenciando, em cada região, o vocabulário e a pronúncia.
Há casos em que a diferenciação regional chega a ser tanta que leva à mútua incompreensão. Se as mutações não só alterarem o falar local como se propagarem para localidades vizinhas, como ondas, a superposição dessas “ondas” de inovações dará ao mapa lingüístico de um país o aspecto de uma colcha de retalhos.
 
De dialeto a língua-padrão
As línguas nacionais são dialetos que conquistaram prestígio em relação aos demais, porque produziram importante literatura ou eram os dialetos falados pela classe dominante.
A língua oficial de uma nação tende a ser o dialeto da capital. Por isso, os falares regionais não são dialetos da língua oficial. São dialetos de sua língua-mãe.
O napolitano não é dialeto do italiano (isto é, florentino): na verdade, os dois são versões atuais de dialetos do latim vulgar falado no primeiro milênio da nossa era.
Como alguns dialetos se distanciam mais do que outros em relação à língua de origem, muitos deles representam estados mais antigos de uma língua, que ainda conservam traços já desaparecidos na língua-padrão.
Quando uma nação se forma, isto é, cria consciência nacional, desenvolve uma língua nacional. Ela é baseada no dialeto de maior prestígio, mas recebe contribuições de outros dialetos e vira uma espécie de koiné, compreensível em maior ou menor grau por todos os cidadãos.
A língua-padrão passa a ser ensinada nas escolas e, com a comunicação de massa, veiculada na mídia. Isso, aliado ao prestígio e à possibilidade de ascensão social permitida pelo domínio do padrão, faz com que falares regionais tendam a sumir.
A língua-padrão é sujeita à regulamentação da gramática normativa, o que lhe dá caráter conservador e refreia parte da tendência natural à evolução. O português oficial é fundamentalmente o dialeto lisboeta, que suplantou o galaico-português dos primeiros séculos da história lusitana, enriquecido por outros dialetos portugueses e idiomas.
Exemplo de invenção de uma língua-padrão é o nynorsk, o neonorueguês, criada no século 19 com base em dialetos da Noruega, por oposição ao norueguês oficial, muito influenciado pelo dinamarquês. Hoje, ambas são oficiais no país.

(*) Bacharel em Linguística pela Universidade de São Paulo (1987), doutor em Semiótica e Linguística Geral pela Universidade de São Paulo (1994), com pós-doutorado em Linguística pela Universidade do Estado do Rio de Janeiro (2010), membro do Grupo de Pesquisa em Semiótica, Leitura e Produção de Textos (SELEPROT), do Grupo de Pesquisa Morfologia Histórica do Português (GMHP) e do Núcleo de Apoio à Pesquisa em Etimologia e História da Língua Portuguesa (NEHiLP). Tem experiência nos campos da Linguística e da Língua Portuguesa, atuando nas áreas da Linguística (Geral, Histórica, Comparada, Românica, Fonologia Contrastiva), Filologia, Semiótica (Sociossemiótica e Semiótica Cognitiva) e Teoria da Cultura. (texto extraído do currículo lattes do autor: http://lattes.cnpq.br/5008533319059621)

Os "falsos amigos" e o "portunhol"

Os heterossemânticos ou falsos cognatos são pares de palavras de origem comum, ou seja, verdadeiros cognatos, entre dois idiomas distintos, mas que sofreram evoluções semânticas distintas em seus significados e, por isso, interferem tanto no processo de comunicação entre os interlocutores dos dois idiomas.
A denominação falsos amigos não é científica, trata-se apenas de uma maneira irônica de denominar essas armadilhas que esses falsos aprontam! Eles podem estar presentes em vários idiomas, como por exemplo, entre: português x francês; português x inglês; português x alemão. 
No caso do Português e do Espanhol são palavras normalmente derivadas do Latim, com ortografia semelhante ou idêntica, mas que ao longo dos tempos com a sua evolução acabaram por adquirir significados diferentes. Segundo o Professor Dr. Jose Carlos Paes de Almeida Filho, o léxico entre as duas línguas é constituído da seguinte forma: 60% de cognatos idênticos e 30% de cognatos falsos.
Em relação à estrutura fonológica do Português e do Espanhol, o “falante” de língua materna espanhola depara-se com bastantes dificuldades na produção de sons do sistema do Português. Uma delas, por exemplo, diz respeito a certas palavras que apresentam certas vogais e que se tornam difíceis de pronunciar por falantes de espanhol, uma vez que o seu sistema fonético não tem este tipo de vogais.
Mas é no campo lexical que surge a questão dos falsos amigos. Esta relação de “falsa amizade” pode ocorrer em pelo menos três situações diferentes:  
 
ü  Palavras que são graficamente semelhantes, mas que foneticamente são diferentes, como “academia“ (Português) “academia” (Espanhol);
ü  Palavras que alteram de género entre as duas línguas, como por exemplo “a dor”, (Português) “el dolor”, (Espanhol);
ü  Palavras que derivam do mesmo étimo latino e que, com ortografia semelhante, apresentam significados diferentes, como acontece, por exemplo, em “esquisito” (Português), com o significado de «algo estranho», e “exquisito” (Espanhol), que significa algo delicioso ou de muito bom gosto.  
Estas expressões lexicais podem criar confusões e provocar erros, que levam à perda do verdadeiro sentido do texto original. Em contexto de aula, normalmente, os falsos amigos só estão presentes quando relacionados com alguma história engraçada que aconteceu a algum aluno ou com o professor, ou em listas utilizadas como material de apoio à aula. Normalmente não são abordados no processo de aquisição da língua para que o aluno crie uma consciência linguística.
O chamado “portunhol” é uma interlíngua inicial que muitas vezes vira a forma final da proficiência, caracterizando uma fossilização, pois um considerável número de aprendizes não “saem” do “portunhol”! Se você perguntar aos brasileiros se eles falam espanhol, a maioria responderá que consegue enrolar muito bem. Outros dirão que dá para entender tudo, mas na hora de falar se confundem. E uma ínfima minoria afirmará que tanto tem dificuldade na hora de falar como na hora de entender; sobretudo quando se trata de dois falantes natos se comunicando entre si.
Divergências à parte, o fato é que a maioria dos brasileiros sente que consegue se sair bem na hora de falar espanhol. E isto não soa como exagero. É que a semelhança entre o português e o espanhol facilita a compreensão e a comunicação, mesmo quando não se tem pleno domínio da língua estrangeira. É por isto que muitos brasileiros se arriscam, sem grandes receios, a conversar em espanhol. E esta tentativa de comunicação se tornou tão comum que já foi apelidada carinhosamente de portunhol, em referência à mistura das duas línguas. Embora errar seja natural ao portunhol, raramente os seus adeptos sabem em que ponto estão errando, nem onde é mais fácil escorregar. Também não possuem a consciência de que estão se arriscando num terreno repleto de armadilhas. Os equívocos podem surgir nas mais diversas situações: fala, escrita, leitura. E na maioria dos casos se erra por um fio, mas se erra quantitativamente!
 
 
 

Espanhol ou Castelhano?


Os termos espanhol e castelhano são equivalentes!
O espanhol, idioma cuja origem remonta ao latim vulgar, nasceu no território conhecido atualmente como Espanha, mais precisamente no então reino de Castela. Por esse motivo recebeu, primeiramente, o nome “castelhano”.
Atualmente o uso dos termos “espanhol” e “castelhano” se alterna conforme a região. Por exemplo, no México e em Porto Rico há preferência pelo uso do termo “espanhol” enquanto na Argentina o termo “castelhano” é preferido, talvez para marcar a diferença desta variante com a da Espanha. Não obstante, os dois termos se referem ao mesmo idioma, são sinônimos. (Ma. Débora Luise Souza - Revista Eletrônica Pró-Docência - UEL).  
O castelhano originou-se no centro-norte da península (Castela), quando já existiam outros romances, todos se expandindo do norte para o sul, acompanhando o avanço dos reinos cristãos em direção ao sul, na lenta reconquista do território peninsular aos árabes. A expansão do castelhano foi relativamente rápida e avassaladora, sobrepondo-se a diversos romanços e dialetos dos territórios vizinhos. Por motivos políticos (casamento dos Reis Católicos), que motivaram a união dos reinos da Castela e Aragão, escolheu-se a língua de Castela como oficial para toda a Espanha, motivo pelo qual é conhecida, também, como espanhol, língua difundida no vasto império que a partir de então (séc. XVI) se iniciou.

O espanhol é a língua românica com maior contingente populacional na Península Ibérica. Teoricamente, todos os espanhóis a têm como língua nativa, embora a Espanha possua quatro idiomas oficiais: catalão, basco, galego e espanhol.  

Existem grandes territórios com dialetos regionais do espanhol na língua falada. Entre eles citam-se como mais extensos o andaluz, o estremenho e o murciano. A língua escrita e a de comunicação de massas mantêm-se uniforme em todo o domínio peninsular.

Grande parte dos habitantes do Estado Espanhol são monolíngues: têm como única língua o castelhano. Nas regiões em que existe outra língua, permanece o bilinguismo. A mudança política observada a partir da constituição espanhola de 1978, estabelecendo as comunidades autônomas, permitiu o uso oficial das línguas vernáculas das comunidades que as possuem paralelamente ao espanhol, língua oficial de todo o Estado:
 
 
«El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.  Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus estatutos.  La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de espacial respeto y protección. »  (Art. 3. Título preliminar. Constitución Española).
 
 
Ao estabelecer-se o regime de comunidades autônomas, estas começaram a intensificar o uso de suas próprias línguas, por todos os meios a seu alcance. Principalmente na área do catalão, é grande a atividade educacional, literária e cultural de seu vernáculo. As demais comunidades também fazem esforços nesse sentido.
 
«La polémica en torno a los términos español y castellano se basa en la     disputa para decidir si resulta más apropiado («correcto») denominar a una de las lenguas hablada en España, en Hispanoamérica, en Guinea Ecuatorial y en otras zonas hispanohablantes «español» o «castellano», o bien si ambas son formas perfectamente sinónimas y aceptables. Como muchas de las controversias relacionadas con la denominación de una lengua identificable con un determinado territorio (español con España, y castellano con Castilla), o que lleva aparejada una ideología o un pasado histórico que provoca rechazo, o que implica una lucha en favor de una denominación única para facilitar su identificación internacional y la localización de las producciones en dicha lengua (por ejemplo, en redes informáticas), algunas corrientes de opinión consideran la controversia como extralingüística. Hispania era el nombre dado por los fenicios a la península Ibérica (…) el hecho de que el término Hispania no es de raíz latina ha llevado a la formulación de varias teorías sobre su origen, algunas de ellas controvertidas. Castilla es el nombre de una región histórica española (…) Castilla es conocida por ser la cuna del idioma español o castellano (…)» (Texto extraído do Wikipedia.es)