"La había conocido
treinta y cuatro años antes en Viena, comiendo salchichas con papas hervidas y
bebiendo cerveza de barril en una taberna de estudiantes latinos. (…)
Me pareció que era la
única austríaca en el largo mesón de madera, por el castellano primario que
hablaba sin respirar con un acento de quincallería. Pero no, había nacido en
Colombia y se había ido a Austria entre las dos guerras, casi niña, a estudiar
música y canto. En aquel momento andaba por los treinta años mal llevados, pues
nunca debió ser bella y había empezado a envejecer antes de tiempo. Pero en
cambio era un ser humano encantador. (…)
Nunca dijo su
verdadero nombre, pues siempre la conocimos con el trabalenguas germánico que
le inventaron los estudiantes latinos de Viena: Frau Frida. Apenas me la habían
presentado cuando incurrí en la impertinencia feliz de preguntarle cómo había
hecho para implantarse de tal modo en aquel mundo tan distante y distinto de
sus riscos de vientos del Quindío, y ella me contestó con un golpe:
—Me alquilo para
soñar.
En realidad, era su
único oficio. Había sido la tercera
de los once hijos de un próspero tendero del antiguo Caldas, y desde que
aprendió a hablar instauró en la casa la buena costumbre de contar los sueños
en ayunas, que es la hora en que se conservan más puras sus virtudes
premonitorias. A los siete años soñó que uno de sus hermanos era arrastrado por
un torrente. La madre, por pura superstición religiosa, le prohibió al niño lo
que más te gustaba, que era bañarse en la quebrada. Pero Frau Frida tenía ya un
sistema propio de vaticinios.
—Lo que ese sueño
significa —dijo— no es que se vaya a ahogar, sino que no debe comer dulces (…)"
("Me alquilo para soñar". Doce cuentos peregrinos - Gabriel García Márquez)
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